viernes, 29 de noviembre de 2013

LOCO


Mirada extraviada,
Sonrisa sin vida,
Gesto de inocencia
Secreto escondido.

¿Qué misterio esconde
Tu hora simple,
Tu miedo eterno
Tu paso lento?

Estuviste con la muerte,
Te canto al oído,
Te contó su historia.
No quiso llevarte.

Te dejó malherido,
En un rincón cualquiera,
Sin pasado ni futuro
Eterno presente.

Te reveló su misterio,
No hay amor si locura,
No hay vida sin muerte.
No demente, estás vivo.

EL GUIÑO


El verano se acerca con toda su carga de calor y humedad. Mucha gente en el consultorio. Hoy será un día largo, mejor empiezo o esto será interminable. Abrí la puerta y dije un apellido en voz alta.

No terminaba nunca de pararse. Treintona, rubia, pelo a la cintura. Alumbró el lugar con la sonrisa. El botoncito de la blusa parecía Atlas sosteniendo el mundo, hasta creo que le vi las gotitas de sudor en la frente. ¿Puedo pasar? Se puso tan cerca que pude percibir el olor del chicle de menta. De un tirón metió una criatura dentro del consultorio, avanzó como si yo no existiera y se sentó. Por cierto, se sentaba muy bien.

El pibito, un coloradito pecoso, se quedó al lado, mirando al piso sin decir palabra. En qué puedo ayudarlos… intenté decir, cuando el sonido de un chillido de gato al que le pisan la cola me dijo ¡Doctor, el nene no me come! Me quise hacer el gracioso, ¿no te gusta la comida que te hace mamita? El chico me miró a través del flequillo con expresión de asesino serial, y la mujer hizo una mueca de desprecio, que hizo que me sintiera estúpido.

Recuperé la compostura. ¿Cómo te llamás? Carlitos contestó la madre. ¿Y cuántos años tenés? Mismo chillido de antes, diez. El pibe miraba al piso como si buscara algo. A simple vista no parece estar por fuera del peso y altura de chico de su edad… a usted le parece, yo soy la madre y sé lo que le digo, no tiene el peso y la altura adecuados. Sentí calor en las sienes, la miré y le sonreí forzadamente. Ahora su mueca fue de desprecio.

Carlitos, vení, apoyate aquí en la pared, que con esta  regla de la jirafita quiero medir qué altura tenés. No hace falta, mide un metro treinta y dos centímetros, uno menos de lo que debiera. El chico ni se movió. Tomé al chico por los hombros y lo apoyé en la pared y comprobé que el número era correcto, sin soltarlo lo subí a la balanza. Pesa treinta y un kilos, uno menos de lo que corresponde, tal como le dije, doctor. Lo que usted tiene que hacer es recetarle unas buenas vitaminas inyectables así aprende a que tiene que comer cuando yo le digo y no cuando al ´l se le ocurra. Le clave la mirada como si fuera a fusilarla, suspiré y no dije nada. Ella sonrío como saboreando una victoria. El número era correcto, hice que el nene se bajara de la balanza y sin soltarlo le pedí que me mirara.

El chico levantó la vista casi con miedo, su expresión ya no tenía la dureza de antes. No lo había notado, era bellísimo y con unos ojos llenos de niñez. Mamá ya sé que tiene Carlitos, le hablaba mientras sostenía con fuerza y miraba al pibe. La criatura no puede comer adecuadamente porque tiene los huevitos tan hinchados que le taparon la garganta y debe ser contagioso porque yo me siento exactamente igual en este momento. Se hizo un silencio abrumador y las palabras me quemaron en la boca.

El pibe se me escurrió de entre los dedos como si fuera un pez, abrió la puerta y salió corriendo del consultorio mientras lanzaba las más espectaculares carcajadas infantiles que yo haya escuchado en mi vida. Entre sorprendido y arrepentido, levanté la vista para mirar a la rubia e intentar pedir disculpas.

Ya se había parado, con la destreza y velocidad de una gata y en un solo movimiento, me acertó un cachetazo a pesar de estar ubicada del otro lado del escritorio, me gritó boludo,  agarró la cartera y salió del consultorio dando un portazo que sonó como un disparo de cañón. Me quedé en silencio, acariciándome la mejilla enrojecida, mientras que con la otra mano trataba de reordenar el escritorio.

Ahí lo vi. El botoncito de la blusa había sido doblegado por el esfuerzo, y fue disparado al destierro. Quedó justo apoyado en mi bolígrafo. Te juró, vi que, aliviado, me guiñaba un ojo y  me sonreía.

PUEBLITO


Sol fraterno,
Viento que abraza.
Calles polvorientas,
Casas fraternas.
Andar tranquilo,
El tiempo es amigo.
Miradas francas,
Saludos esperados.
Cielos espejados,
Aves brillantes.
Pibes al viento
Risas y sueños.
Miradas de viejos,
Lágrimas de recuerdo.
Refugio esperado
Lugar encontrado.

ADIOS


Levante la copa,
La copa vacía.
Busqué tu mirada,
Encontré tu tristeza.
Estiré la mano,
Toqué tu mejilla.
Tu lágrima
Mojó mi  vida.
El vino encendió
Mi palabra.
Tu silencio
Me dio permiso.
Te tomé la mano,
La mano caliente.
Tiré la copa,
Besé tus labios.
Cerré mis ojos,
Sentí tu partida.