Desde el pasado 7 de enero siento angustia, mucha angustia.
En el lejano Paris, unos dementes masacran a un grupo de personas que hacía dibujitos irreverentes, y le recuerdan al mundo que hay una parte del Islam que le ha declarado, hace rato ya, la guerra a todo lo que sea diferente.
De eso el occidente cristiano sabe mucho. La historia de su siglo XX está escrita con la sangre de los diferentes.
Al rato nomás, otros sanguinarios le ponen más muertos al genocidio en, la más lejana aún, Nigeria. Algunos sentimos la necesidad de explicar que está mal asesinar, no importa sin son franceses, judíos, negros. Está mal asesinar personas, aún a los malos.
Las palabras, mis queridas palabras, no alcanzan para expresar lo que siento. Algunos no logran comprender, algunos se enojan.
Olor a muerte.
Aquí en la patria discutimos si el gobierno dá las suficientes muestras de repudio, o mejor de adhesión a la vida democrática. El canciller va a la marcha con los familiares y amigos, como si fuera a un pic nic. La señora calla.
Un fiscal desconocido denuncia horrorosas complicidades de la señora y algunos de sus funcionarios con asesinos. Unos días después, suicidio o crimen.
Más olor a muerte.
Entre tanto, en Rosario, mi cercano Rosario, se cuentan 20 homicidios en 18 días. Otro pequeño genocidio al que parece que nos estamos acostumbrando. Se fueron los gendarmes, terminó la ocupación. Los malos vuelven.
Demasiada muerte.
Soy Charlie, soy Nigeria, soy Nisman ... soy sólo un hombre angustiado
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