Ese mismo día por la tarde
vinieron a casa mi tío Antonio y su nuera, la esposa de mi primo Cacho. Tengo el
recuerdo medio difuso, me parece que me hicieron salir para que no escuche. La cuestión
es que esa madrugada los milicos se habían llevado a mi primo cuyo pecado,
según parece, es haber sido delegado de la Uom en Acindar.
Y nadie sabía dónde estaba. Mi
papá tenía algunos amigos milicos y creo que pudieron averiguar que estaba
detenido en una comisaría pero nadie podía verlo. Sólo se sabía que estaba
vivo. Durante meses no se supo nada de él. Un cura que conocía a otro de mis
tíos, lo encontró detenido e incomunicado en la cárcel de Coronda. Al tiempo lo
soltaron. Supongo que al ser reconocido fue que se hizo visible y lo dejaron
ir. O lo soltaron porque ya no les interesaba tenerlo allí. Recuerdo que
alguien en la familia comentó que nunca lo interrogaron. Quién sabe. Todas las
historias de esos días son vidriosas.
Me acuerdo que en la TV de la
época, blanco y negro y dos canales, la programación se cortaba a cada rato
para dar paso a las cadenas nacionales donde hablaba algún milico o se leían las
proclamas y bandos de ese siniestro monstruo que recién nacía y que se había
autobautizado como proceso de reorganización nacional.
Para mis once años el más
dramático de esos bandos fue el que anunciaba que a partir de no me acuerdo qué
día todos volvíamos clases. Hacía rato que no iba a clases porque la escuela
estaba tomada por los estudiantes secundarios de la que años más adelante sería
mi escuela, el Superior de Comercio.
No es mucho más lo que mi memoria
tiene guardado de ese día. Algo más, fui al otro día a comprar papas a un carrito
que había en la esquina de casa y para mi sorpresa el precio había bajado
muchísimo. Ya les conté que yo estaba muy al tanto de esto porque hacía los
mandados.
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